En las vacaciones navideñas: un invento para la posteridad

4 de enero de 1982.
Todo empezó un domingo por la mañana a las 8.30 allí estábamos todos con las mochilas preparados para ir a la estación de Chamartín. Hicimos unas cuantas bromas al señor de información y cojimos el tren. Al cabo de unas horas llegamos a Cercedilla. Esperamos todos un rato y luego subimos a un trenecillo que nos llevó al puerto de Navacerrada. En ese tren hacía mucho calor porque la calefacción la tenían al máximo.

Una vez llegamos al sitio buscamos las llaves. Pero, ¿qué pasa? Pues que las llaves se habían perdido o nos las habíamos olvidado en Madrid. No sabíamos qué hacer. Queríamos comer y teníamos frío. Pero nuestro héroe Carlos P. resulta que al apoyarse en una ventana simplemente se le abrió inesperadamente. Pablo L-P. se coló dentro y se dirigió a la puerta para intentarla abrir pero no lo logró de ninguna forma al estar cerrada totalmente. Lo que sí pudo hacer fue abrir el marco de la ventana para que pudiéramos entrar todos por ella. Pasamos todos, comimos y nos fuimos a jugar con los trineos. La diversión duró toda la tarde. Por la noche nos metimos en la casa, siempre por la ventana, encendimos fuego y cenamos. Después de la tertulia nos introducimos en los sacos y nos dormimos.
A la mañana siguiente nos separamos. Unos se fueron a trinear y nosotros (Miguel J., Chema L-P., José Mª C. y yo) nos fuimos a subir la Bola del Mundo por la vertiente de Navacerrada. Comimos en la cima. Por cierto, nos costó mucho trabajo la ascensión al estar la nieve muy helada y tuvimos que hacer nosotros mismos escalones con el piolet. Bajamos a Valdesquí haciendo «Barriga-Plast». Es una técnica inventada por nosotros para el descenso de las montañas. Consiste en tumbarse boca abajo, se dirije la dirección con los brazos, se frena con los pies y se coje velocidad al deslizarse por el hielo. Altamente recomendable por lo increíblemente divertido que es.

Por la carretera llegamos a Cotos. Una vez estamos en la estación como faltaba una hora para que llegara el primer tren decidimos bajar andando hasta el puerto. Dos horas más tarde nos contábamos los dos grupos lo bien que nos lo habíamos pasado. Volvimos a colarnos en la casa por la ventana y esta noche ya no fue tan difícil conciliar el sueño.
El martes trineamos un poco y con el trenecillo bajamos a Cercedilla. Luego ya con un tren de verdad fuimos de Cercedilla a Madrid. Llegamos por la tarde.
Espero que os haya gustado la historia. No os durmais. Quiero llegar a ser periodista. Adiós.
Nota del webmaster MJ: Quique cuando me escribió esta historia tenía once años …

© Enrique Abad Martínez. Año 2.002.

El poder de la perseverancia ….

«Cuando yo era pequeña y vivía en Hong Kong, era habitual oír la fábula del Anciano y la Montaña. Es una historia sobre el valor de ceñirse a una misión.
En una pequeña aldea de China, un anciano y su familia vivían en una casita que daba a una enorme montaña. Su familia había vivido allí durante generaciones. El pueblo experimentaba con frecuencia temporadas de sequía y escasez porque la montaña impedía que la lluvia y el Sol llegaran a sus tierras. Un día, el anciano decidió que ya no podía vivir con esa montaña y la amenaza constante de pasar hambre. No quería que eso fuera un problema. Quería asegurarse de que su familia no sufriera escasez y hambre por falta de alimentos.
De modo que el anciano empezó a trabajar. Todos los días viajaba con sus cestos hasta el pie de la montaña, los llenaba de polvo y suciedad, recorría el pequeño sendero hasta el claro que había detrás de su casa, y vaciaba el cesto. Era una tarea ardua, calurosa y extenuante, pero cuando se comprometió con ella la llevaba a cabo al cien por cien. Su familia le ayudó. Todos los días, después de acabar su trabajo en los campos, llenaban sus cestos de la tierra de la montaña, y la llevaban hasta detrás de su casita, donde la vaciaban a diario.
Poco después, los vecinos del pueblo se dieron cuenta de lo que estaban haciendo y acudieron en su ayuda. No escatimaron en palabras: ‘¡Estás loco!’, le decían. ‘Esta montaña es enorme. Necesitarás varias vidas para moverla’. El anciano asintió con la cabeza. ‘Es cierto, no veré cómo cambia de sitio en esta vida, y mis hijos y nietos tampoco. Pero algún día, mi familia habrá conseguido dejar la montaña tras de sí.’
La moraleja de esta historia es que, si la causa merece la pena, compensa llevarla a cabo. Los desafíos no deberían detenerte. Céntrate en tu objetivo y algún día recibirás tu recompensa. No desistas y trabaja al máximo de tus posibilidades. Alcanzarás tu sueño.»
Marilyn TAM en «Cómo utilizar lo que tienes para conseguir lo que quieres».

 

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